Hace mucho, mucho tiempo, existió una tribu de human@s sabi@s. A la caída de la tarde, el más ancian@ salía de su choza, se colocaba frente al rojo Sol, y le pedía:
-Hermano Sol, no olvides regresar.
En el horizonte, la última chispa se desprendía del astro y, con ella, el Sol pintaba el cielo despidiéndose hasta el día siguiente. Los hombres y mujeres de la tribu volvían a sus quehaceres confiados porque el Sol no faltaría a la palabra dada.
He pasado las vacaciones de verano todo lo alejado que he podido de la tecnología que nos suele acompañar durante el año. Me he reencontrado con el viejo Sol poniente, la silenciosa Luna cambiante, con el sonido de la chicharra, el aroma de la albahaca, el sabor del tomate de huerto, el trazo de las estrellas fugaces, el ladrido alegre de los perros, el maullido triste de los gatos, el crujido de la hoja de papel en medio de la lectura, el rasgueo del lápiz, las lentas ondas del agua, el olor del tomillo pegado a las piernas... creo que lo más cercano que he estado a una máquina ha sido montando en bicicleta.
Ahora seguiré contando cuentos y leyendas, imaginando y dibujando, esperando con muchas ganas la publicación de mi último libro que será mi primer álbum infantil escrito e ilustrado... y mientras, el hermano Sol seguirá yendo y viniendo, exactamente igual a lo que sucedía en verano...
2 comentarios:
El sol y la luna siempre se dan la mano. Eguski eta Ilaski. Besos lunáticos para este invierno.
qué hermoso camino...
un beso
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